Una aventura de bikerafting. 12 días bajando uno de los últimos ríos libres de América.
Un hombre estira el cuello con la mirada absorta en la cima de una gran montaña. Dos barcos se abren paso entre témpanos de hielo en una difícil carrera por conquistar lo inexplorado. Una mujer observa la tierra por encima de las nubes desde su avión y no puede evitar preguntarse cómo se verá el mundo entero. Yo, con un traje naranja y grandote, me paro nerviosa a la orilla de un ancho río de agua glaciar y mientras la corriente pasa fuerte y constante lo beso a Javi, le doy un abrazo a Andrés y me subo al bote para experimentar junto a ellos mi propio camino hacia un nuevo imposible.
La poesía es el género literario que manifiesta por medio de la palabra los sentimientos, emociones y reflexiones que puede expresar el ser humano en torno a la belleza, el amor, la vida o la muerte. A mi siempre me gusto pensar que la realidad es elemental pero no por eso suficiente y que evidentemente la poesía no solo se manifiesta por medio de la palabra, porque el ser humano desde el inicio de sus días tuvo la necesidad incoherente de convertir en prosa su propia vida. Es por eso que la aventura no tiene medidas, limites, ni requisitos comprobables, tan solo el hecho irrefutable del fuego interno y la curiosidad ilimitada por el camino hacia lo incierto. Y así entre lo intangible, la falta de certezas y una seguridad ganada en base a percepción, confianza y experiencia, es como habíamos decidido pasar con Javi el resto de los días que nos quedaran, o tal vez para no cargarlo de expectativas innecesarias, el resto de los días que quisiéramos pasar de esa manera.
Hay un momento definitorio que con el tiempo aprendimos a identificar sin demasiado esfuerzo y que al día de hoy se volvió una de las herramientas más importantes que podemos tener. Es ese instante preciso donde la idea y el deseo se convierten en una posibilidad concreta o simplemente quedan archivados entre las cajas de los miedos, las excusas y los sueños postergados. No todas las ideas y deseos tienen el mismo peso ni la misma intensidad, eso está claro, cada uno tiene su propia balanza y señales de las que hacerse cargo. Las nuestras se volvieron cada vez más evidentes y pesadas, por lo cual, también mucho más difícil el encontrar excusas. Pero de a poco nos empezamos a acostumbrar, no al vértigo, ni a el vacío en el estomago y aun menos al miedo profundo e irracional, sino al salto en si mismo como única opción posible para poder crecer.
Por eso una tarde cotidiana como tantas otras en la que tomábamos mate disfrutando de esas rutinas simples y necesarias, a Javi se le dio por nombrar el río Santa Cruz y un nuevo imposible empezó a nacer. En esos momentos teníamos por delante una nueva temporada de pasos de cordillera para completar el proyecto de los 43 cruces de los Andes en bici, por lo cual la idea de bajar el río Santa Cruz en modalidad bikerafting, no tuvo gran protagonismo, solo el indispensablemente necesario para saber que hacerlo sin experiencia no era una locura y bajar la idea de ilusión a realidad para entender cual eran realmente nuestras posibilidades. Porque una cosa es soñar y otra muy distinta es pensar que cualquiera puede hacer lo que sea sin respeto, conciencia y trabajo. Y acá nos parece muy importante dejar en claro que cuando hablamos de arriesgar o de aventura, no lo estamos haciendo nunca desde la liviandad o la irresponsabilidad, que puede terminar generando un problema no solo para uno sino para mucha más gente. Sino al contrario, hablamos de ser siempre consciente de tus propios límites y encarar cualquier proyecto que se presente con profundo respeto y humildad, pero con absoluta fuerza y convicción hacia la dirección que decidamos tomar. Y para lograrlo inevitablemente se necesita mucho compromiso y trabajo en lo que se emprenda.
Eran las 12 del mediodía del 25 de Marzo y el sol brillaba con fuerza, cuando Javi terminó de cerrarme el traje seco tome el remo y me subí al bote sin pensarlo. Mis pies se enterraban en el barro que se acumulaba junto a la orilla del río, mis pies se acercaban al borde de un nuevo y desconocido abismo, era el momento de dejar a un lado el análisis, tomar envión, respirar profundo y encarar el salto. La primer sensación despues de enfrentar el vértigo es extrañamente confusa y maravillosa: Me emocionó el agua color esmeralda, la corriente empujándome con fuerza, las sonrisas en los rostros de Andrés y Javi marcando el inicio. Era un mediodía calmo, de los que marcan la diferencia en esas latitudes volviendolas menos hostiles, como para recordar que en La Patagonia sur a veces el clima también te da días de tregua.
Habíamos llegado a El Chaltén en la provincia de Santa Cruz a principios de Marzo con la convicción de realizar la bajada del río Santa Cruz en modalidad bikerafting, que consiste en fusionar travesías en bici con travesías sobre agua, utilizando packraft, unos botes inflables que pesan menos de 3 kg y nos dan la posibilidad de cargarlos en las bicicletas, pero en los que además también se puede transportar las bicis y todo el equipo necesario para continuar el viaje sobre ríos o lagos. Y aunque contábamos con mucha experiencia en cordillera y por zonas alejadas o de climas complejos, el no tenerla viajando sobre agua nos hacía tomarlo con excesivo respeto y cuidado, aunque había un dato que la volvía urgente, la inminente construcción de dos megarepresas estaban por cortar el río para siempre.
Nos propusimos iniciar la travesía a fines de ese mes cuando el clima y las condiciones lo indicaran, pero éramos conscientes de que teníamos apenas unas semanas para sacarnos las mayores dudas y miedos: Entender el río, acostumbrarnos a la navegación en los botes con todo el equipo a cuestas y así poder descartar la mayor cantidad de imprevistos que nos sean posibles. Por eso había 2 puntos claves que nos daban la seguridad necesaria: Realizarlo con packraft por la estabilidad que nos proporcionaban reduciendo las posibilidades de volcar, e ir con las bicis, ya que el mayor peligro al que nos enfrentabamos eran los fuertes vientos de la zona, por lo cual los días en los que se pronosticaban vientos muy fuertes ( 90 y 100 km/h) tendríamos la posibilidad de avanzar con las bicicletas por las rutas y caminos rurales que van paralelos al río.
Esta vez no íbamos a ser solo dos, teníamos tres botes nuevos para usar y la idea era poder realizar la bajada con Andrej, un gran amigo Eslovaco que nos había regalado la ruta hacia varios años atrás, pero como él no pudo llegar con los tiempos y cuando se lo contamos a Andrés le brillaron los ojos con una intensidad anormal, le preguntamos si se quería sumar, y así fue como ese día en vez de 2 salimos 3.
Levante los remos dejándome arrastrar por la corriente, habían pasado apenas algunos minutos desde que nos alejamos de la orilla en el Puente Charles Fuhr a donde habíamos llegado en bici desde Chaltén para iniciar la bajada, pero avanzabamos rodeados de una calma tan profunda que los miedos de pronto resultaron ajenos. A nuestros costados la estepa desértica se cubría de ocres y marrones creando un fuerte contraste con el color turquesa de ese río que se abría de a poco en aquel enigmático camino de curvas. Tuve la necesidad inmediata de hundir la mano en el agua helada para sentir el frío, la corriente pasando entre mis dedos: “Estoy acá” – pensé – “Ya estamos acá”. Atrás quedaban las horas de incertidumbre frente a un camino trazado en el mapa, o quizás, la incertidumbre de un camino trazado, frente a las horas que quedaban.
Un sonido lejano me hizo levantar la mirada de golpe para ver como varios metros más adelante la parte trasera del bote de Andrés se hundía en un gran remolino mientras el remaba con fuerza intentando escapar. Fueron apenas unos segundos alarmantes y Andrés continuó avanzando sin problemas, pero enseguida entendimos que la corriente nos estaba llevando a Javi y a mi hacia ese lugar. Yo remaba con todas mis fuerzas en la dirección opuesta, pero la corriente me llevaba con gran rapidez y tenía la sensación de continuar siempre en el mismo lugar, podía escuchar cada vez más cerca el fuerte rugir del agua agitándose, sentir el miedo en los músculos rígidos, en las gotas de transpiración que brotaban de mi frente. Entonces las palabras de Vicente se me aparecieron con una claridad que no había logrado asimilar la primera vez que las escuche el día que le preguntamos sobre su experiencia bajando el Santa Cruz : “Viajar sobre un río es diferente a lo que están acostumbrados, no pueden volver atrás, detenerse o salir deprisa. Para evitar complicaciones es muy importante anticiparse. Van a tener que aprender a leer el río” – no me quedaba más alternativa que ganar seguridad – “Rema más fuerte Sol, vos podes, segui remando”- me repetía – mientras aquel sonido intimidante se escuchaba cada vez más cerca y un grito agudo de Javi terminó de confirmar mis miedos: “cuidado Sool!!”. Pase tan cerca que por un pequeño instante atine a cerrar los ojos sin dejar de remar, como si en un parpadeo pudiera hacer desaparecer el peligro, tan cerca que el agua del río llegó a salpicarme, como si en unas cuantas e insignificante gotas pudiera enviarme un sutil y necesario aviso.
“Acá cerca pasando la laguna hay un puesto abandonado, si quieren hoy pueden parar ahí” el perro había salido a recibirnos entre saltos y ladridos para avisarle de nuestra presencia, era un hombre joven y no tenia el mismo aspecto de los paisanos que acostumbrabamos encontrar en los puestos de estancias, pero no había dudas que llevaba toda una vida en ese lugar, se podía percibir fácilmente entre sus palabras al nombrarnos el viento o la próxima curva que nos esperaría más adelante, su voz contenía de alguna manera la aridez y nostalgia que habita la Patagonia Sur. Seguramente nunca sabremos que habrá pensado de nosotros aquella tarde en esa breve charla en la que le consultabamos algún lugar donde pasar la primer noche. Aunque me atrevo a adivinar que también logró percibir de inmediato, que a diferencia de él, nosotros recién estábamos empezando a entender el río…..Continua en “Río Santa Cruz II”
One Comment