Cuando a Irvine Malory le preguntaron porque iba al Everest, el simplemente respondió que iba al Everest porque el Everest estaba ahí…
En mi caso hace tiempo que vengo pensando en escribir una nota sobre los cielos que disfrutamos a lo largo del viaje de Ushuaia a La Quiaca. Me los suelen recordar los cientos de fotos que hice, fotos en las que a simple vista no hay nada, quizás una nube, una pequeña porción de tierra, el mar o un pedazo de montaña. Fotos en las que el protagonista es el cielo. Pero no solo las fotografías me llaman la atención, y pensando un poco en lo que mas extraño de la ruta, siempre pero siempre vuelve a mi la necesidad de deleitarme mirando esos cielos o mejor dicho, ese mismo cielo que nos acompaño durante todo el viaje.
Como les dije, hace rato que venia pensando en escribir sobre aquellos cielos, miraba las imágenes, los recordaba con nostalgia, se me venían a la mente las decenas de colores con que nos sorprendieron. Pero sin embargo me faltaba algo que me decidiera a sentarme a escribir. Porque escribir sobre el cielo?
Entonces mire por la ventana y vi que afuera había un cielo increíblemente celeste e infinito, un cielo que me recordaba mucho a aquellos cielos de la ruta. Entonces entendí que aquellos cielos, son el mismo cielo. Ese que esta en todos los lugares del mundo, que cambia constantemente, segundo a segundo, ofreciéndonos un espectáculo maravilloso que solo podemos apreciar si nos detenemos a observarlo. Es cierto que el viaje nos regalo los cielos mas lindos que vimos en nuestra vida, pero la verdad es que esos cielos siempre estuvieron ahí para nosotros, la diferencia es que por primera vez en nuestra vida nosotros estábamos ahí para disfrutarlos.
Entonces ya no había mas preguntas y solo una respuesta, escribo sobre el cielo porque el cielo esta ahí…
7500 kilómetros del mismo cielo
Salíamos de Ushuaia, teníamos miles de kilómetros por delante, cientos de miedos y preocupaciones y yo intentando comprender como algo tan grande y maravilloso puede pasar desapercibido. En ese momento era un cielo de nubes cargadas que amenazaban lluvia, poco después se iría abriendo para transformarse al día siguiente en un cielo celeste y limpio que nos alentaba en nuestro segundo día de pedaleo.
Luego vinieron cielos con nubes blancas como algodón, cielos con lluvia y con tormentas que nos intimidaron y nos obligaron a estar muy atentos. Poco a poco el acto de mirar el cielo ni bien salíamos de la carpa se transformo en rutina y así llegamos a tener una idea del clima que nos esperaría con solo un golpe de vista. Es que a aquella altura el cielo se había transformado en el techo de nuestra casa y lo mas fabuloso de eso era que constantemente cambiaba sus formas y colores. Porque si hay algo verdaderamente mágico en el cielo es que jamas se repite y siempre hay una nube, las estrellas, el sol o simplemente un ave que lo hacen único e irrepetible.
Cientos de veces me detuve con la bici sobre la ruta para fotografiarlo y congelar para siempre esa porción de cielo donde las nubes hacían una composición exquisita y pude comprobar que esa composición cambiaba constantemente haciendo cada imagen distinta a la anterior. En Santa Cruz las nubes suelen ser lenticulares, de formas increíblemente suaves y tienen la costumbre de irse rápido por eso de los fuertes vientos, pero para mi que es para dejar al descubierto ese infinito cielo azul que a menudo se funde en la estepa patagonica.
También tuvimos cielos de colores, cielos de violetas intensos que trajeron tormentas, cielos grises y plomizos que nos hicieron los días de pedaleo verdaderamente duros, porque cuando el cielo esta así suele traer frío, bruma y a menudo se queda así por unos días. Pero también hubo cielos completamente celestes o azules, con nubes tan blancas que parecían de utileria. Cielos rojos, con naranjas y violetas que nos indicaban el fin del día, pero sobre todo nos hacían poner los pelitos de punta, la sonrisa que no entra en la cara y esa increíble sensación de felicidad y libertad que suelen traernos los atardeceres en ruta. Recuerdo particularmente una tarde que pedaleábamos camino a Villa Union, en la provincia de La Rioja y de repente el sol comenzó a pincelar las nubes a su capricho hasta dejarnos sin aliento. Un poco de rojo por aquí, un poco de naranja allá y a esta pequeña nube la voy a dejar increíblemente iluminada contra estas otras nubes color azul petroleo. Esa tarde el cielo nos hablo y entre otras cosas nos hizo entender lo perfecta y simple que es la vida…
Y llegando al final tampoco puedo dejar de lado esos cientos de cielos de noche que nos mostraron lo pequeños que somos, que nos invitaron a pedalear iluminados por una inmensa luna llena que nos sonreía de lejos o a dormir fuera de la carpa bajo millones de estrellas en algún lugar de la cordillera de los andes…
Cientos de cielos que no son mas que el mismo cielo, que ahora mismo esta aquí sobre mi cabeza, o sobre la cabeza de todos nosotros. 7500 kilómetros de ruta y un país de punta a punta en bicicleta, un viaje que termina y otros que están por empezar, pueblos, países, el mar. Millones y millones de personas bajo el mismo cielo que pide a gritos que lo disfrutemos, que no dejemos de mirarlo, que aun tiene muchísimo que contarnos…
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