Llevábamos algo así como 2500 kilómetros, habíamos atravesado por completo las provincias de Tierra del Fuego y Santa Cruz y para nuestra sorpresa la Ruta 40 nos venia tratando muchísimo mejor de lo que habíamos previsto. Finalmente nuestras dudas sobre el estado de la ruta, los fuertes vientos y las largas distancias sin poblados se habían ido cayendo lentamente para darle paso a una sensación de seguridad que nos hacia sentir muy fuertes y seguros de que viniera lo que viniera íbamos poder seguir adelante sin mas complicaciones que las que veníamos sobrepasando día tras día.
Pero como sucede muy a menudo y para no andar fallando a la regla las cosas tenían que cambiar en algún momento y ese momento a nosotros nos llego apenas salir del primer pueblo Chubutense de la Ruta Nacional 40.
Habíamos llegado a Río Mayo con las ultimas luces del día y tras dar unas vueltas por el pueblo llegamos al predio del club hípico. Martin, un biciviajero que venia compartiendo unos tramos de ruta con nosotros y que se nos había adelantado hacia unos días, nos pudo enviar un mensaje contándonos que el había podido armar la carpa en este lugar y que ya había avisado que nosotros estaríamos por allí en unos días, así que increíblemente no solo teníamos lugar donde dormir, sino que ademas nos estaban esperando.
La bienvenida, el abrazo con gente que hasta el momento no conocías, pero que tan solo por referencias te recibe y te brinda todo lo que tiene. Una cena con una familia que no es la tuya, pero que te trata como si lo fueras y la sorpresa que insiste una y otra vez en hacernos entender y sentir que la generosidad del ser humano es infinitamente grande. La despedida y un nuevo abrazo, esta vez de agradecimiento, con nudo en la garganta y la certeza de saber que no va a ser el ultimo. Y nuevamente la ruta, otra vez mirar atrás y ver como el pueblo va quedando cada vez mas pequeño a medida que avanzamos y nuestro corazón que late fuerte, cada vez mas fuerte, no solo por la subida, sino por tanta vida, tanto pueblo y tanta gente que va quedando atrás. Así que con el corazón latiendo fuerte, la emoción a flor de piel y todo el entusiasmo dejamos Rio Mayo y quizás por eso mismo fue que nos fuimos sin preguntar por el camino, sin mirar el mapa y totalmente despreocupados, hasta que el presente golpeo nuestros cascos y nos puso literalmente entre dos opciones.
A poco salir del pueblo y luego de una subida algo extensa la ruta llegaba a una especie de rotonda donde se dividía en dos. Las opciones eran bien simples, a la derecha asfalto, a la izquierda un ripio que a simple vista no prometía mucho confort. Dos carteles, por asfalto a un pueblo llamado Facundo, por ripio a un paraje llamado Pastos Blancos. Un prejuicio, la ruta 40 siempre es la que en peor estado esta. La duda, que siempre en estos casos se despeja mirando el mapa. Y la conclusión, la Ruta 40 es la de la izquierda, la de ripio, la que nos llevara tras unos 200 kilómetros a el pueblo de Gobernador Costa.
Nos ponemos en marcha y a medida que avanzamos notamos que el camino empieza a empeorar, el ripio es tipo piedra bola del grande y no hay una sola huella en lo ancho del trazado que nos permita avanzar fácilmente, se nota que por allí no ha pasado una maquina en muchísimo tiempo, el ripio esta suelto, las ruedas de las bicis se entierran con facilidad, avanzamos a 3 kilómetros por hora y nos caemos una y otra vez. Hace mas de una hora que pedaleamos y no habremos echo mas de 6 o 7 kilómetros, un cartel nos indica que para el paraje Pastos Blancos aun nos quedan unos 39 kilómetros y ya estamos cerca del mediodía, nos miramos con Sol y sin decir palabra nos damos cuenta que estamos pensando en lo mismo. En lo duro que va a ser esta etapa, en que quizás tendríamos que haber elegido la derecha, el asfalto, lo fácil. Pero inmediatamente miramos alrededor y un cielo que se cubre de nubes de algodón nos indica que estamos bien, que solo es cuestión de relajarse y avanzar. Sonreímos, montamos nuevamente a las bicis y seguimos luchando por no caernos en cada metro. Las horas pasan, el ripio sigue complicando nuestro andar y alrededor todo es llanura y cielo. Por suerte no hay viento, pero las nubes que hacia unas horas se veían como copos de algodón se han ido juntando hasta cubrir la tarde de un cielo encapotado que empieza a sugerir una posible lluvia.
Llegamos a Pastos Blancos y como lo imaginábamos pudimos comprobar que lo que figuraba en el mapa como un paraje era básicamente eso, un antigua almacén de ramos generales que se encontraba cerrada y un poco mas allá el puesto de una estancia donde afortunadamente había gente y donde pudimos reponer agua, consultar por un lugar donde acampar y preguntar sobre el tramo de ruta que nos quedaba para el próximo día. Armamos la carpa bajo unos arboles que se encontraban junto a la ruta y cocinamos algo, mientras caían las primeras gotas de lluvia, hacia muchísimo que no veíamos llover y fue bueno oír las gotas golpeando en la carpa al momento de dormirnos.
Quizás por el cansancio, por la lluvia o porque por la mañana el sol había salido nuevamente y calentaba la carpa haciéndola un lugar super confortable es que dormimos hasta cerca del mediodía, con lo cual entre que desayunamos y levantamos campamento salimos a pedalear algo tarde. De todas formas solo nos quedaban poco mas de 40 kilómetros hasta Rio Senguer y estábamos convencidos de que el camino no podía estar en peor estado que el del día anterior.
Pero lamentablemente con los primeros kilómetros entendimos que si al mal estado del camino del día anterior le sumábamos algunas subidas de consideración, mas algo mas de serrucho y piedra bola, el resultado podría ser desesperante. Nuevamente los 3 kilómetros por hora, nuevamente la lucha para no caerse, una vez mas el constante y doloroso rebote del serrucho y en una de esas mi bici que empieza a descontrolarse y siento algo suelto y clack! Se soltó el portaequipajes. Nada importante imagino mientras acomodo la bici contra una piedra, es común que por el traqueteo del camino los tornillos se desajusten hasta salirse. Me reprocho por no haberlos revisado el día anterior, entre tanto polvo y zarandeo se me han desacomodado algunos pensamientos. Solo es cuestión de re apretarlos o en el peor de los casos reemplazarlo por otro que llevo de repuesto. En eso anda mi mente, mientras mis ojos ven bien clarito que el tornillo esta en su lugar, que esta apretado y que lo que se soltó o mas bien se quebró es la oreja del cuadro de la bici donde se fija el portaequipajes. Definitivamente este si es el peor de los casos, el cuadro de la bici roto es un problema grave, pero estamos en el medio del camino y hay que seguir así que haciéndole honor al refrán “lo atamos con alambre” mas algún que otro precinto y otro poco de soga, logramos que no se mueva en lo mas mínimo, así que tras unos minutos seguimos viaje con una de nuestras queridas bicis heridas de gravedad.
Nuestra llegada a Alto Rio Senguer fue atípica ya que siempre que llegamos a un pueblo preguntamos por un lugar donde acampar intentando así quitarnos la preocupación de no saber donde pasar la noche, pero en Senguer la prioridad fue conseguir a alguien que fuera capaz de soldar mi bici. Por suerte la elección de elegir cuadros de acero cromoly había sido la correcta y en cierta parte estábamos tranquilos porque sabíamos que cualquier chapista o herrero podría solucionarnos el problema con una simple soldadura. Finalmente tras unos minutos de recorrida por el pueblo dimos con un chapista que muy amablemente soluciono el problema con una excelente soldadura de bronce que aun hoy y con mas de 7000 kilómetros recorridos continua cumpliendo su función perfectamente.
Dejamos Rio Senguer pasado el mediodía debido a que ocupamos la mañana en conocer algo del pueblo y hablando con los pobladores nos enteramos de que antiguamente el único acceso al pueblo era la ruta nacional 40 por la que nosotros veníamos transitando, pero desde que cambiaron la ruta 40 a la antigua ruta provincial que esta asfaltada el viejo camino de ripio ha quedado prácticamente inutilizado ya que los pobladores entran y salen del pueblo por la ruta pavimentada. Por lo tanto ahora se nos presentaba la opción de abandonar la vieja ruta 40 por la cual aun tendríamos que recorrer unos 100 kilómetros de ripio en pésimo estado y salir por el pavimento a la nueva ruta 40 que nos llevaría sin mas complicaciones a nuestro destino. Pero la verdad es que no podíamos abandonar en ese momento, nos daba nostalgia por aquella antigua ruta 40 que tanto se transito y que hoy había quedado prácticamente en el olvido. Así que nuevamente elegimos el ripio y otra vez estábamos rebotando, llenos de polvo, cansados de caernos, pero felices de andar en medio de la nada por el corazón de aquella ruta olvidada que sin duda aun tenia mucho para ofrecernos.
Por la tarde llegamos a una estancia y una niña que se hacia llamar mariposa violeta, nos recibió en medio del camino y prácticamente nos obligo a pasar para hablar con sus padres. Ellos nos invitaron a pasar la noche allí pero solo habíamos recorrido unos 40 kilómetros y aun quedaba luz para pedalear un poco mas, así que por sugerencia suya decidimos avanzar unos 15 kilómetros mas hasta donde tenían un viejo puesto de campo en el que no había nadie y que podríamos usar para pasar la noche.
Finalmente de noche y muy cansados llegamos al puesto y después de inspeccionar el lugar elegimos un pequeño cuartito de madera lleno de polvo y con todo lo que un cuartito abandonado puede contener. Pero para nosotros después de aquellos días de eterno rebote, un techo donde poder cobijarnos y ahorrarnos el tiempo de armar la carpa era todo un lujazo. Con unos pedazos de lana que encontramos sacamos parte de la capa de polvo que cubría el suelo y empezamos con nuestro ritual de cada noche, encender la cocina, poner los fideos, extender los aislantes y las bolsas, tomar algo calentito y desmayarnos hasta el próximo día. En eso estábamos cuando se me ocurrió salir a disfrutar de la noche y sus estrellas, de pronto parado en la puerta note que algo pasaba rápidamente cerca de mis pies. Al principio por la oscuridad me costo distinguir que era, pero enseguida lo entendí, eran cientos de ratones que iban y venían de un lado para el otro justo afuera del cuarto en el que dormíamos. Inmediatamente mire a sol que cocinaba en el suelo muy tranquila y dude en contarle lo que estaba viendo. Pero todos esos ratones seguían pasando y eran muchísimos. Entonces con mi tono mas ameno y tranquilo le comente la situación, lo que derivo en un salto inmediato del lugar donde se sentaba y unos ojos grandotes de alerta. Decidimos armar la carpa adentro, terminar de cocinar, comer rápido e irnos a dormir. Para mi esa fue una noche de lo mas normal, apenas entre en mi bolsa el sueño me venció por completo, pero para Sol fue una de las peores noches de todo el viaje. Ella nunca pudo dormir escuchando como los ratones resbalaban en la carpa al querer treparla o chocarla para entrar, haciendo ruidos de todo tipo alrededor, desvelados y de fiesta durante toda la noche estuvieron nuestros amigos roedores. Pero lo que nunca nos hubiéramos imaginado fue lo que paso al día siguiente cuando finalmente amaneció y nos despertamos para salir nuevamente a la ruta. Mientras Sol me contaba con cara de enojo y sueño la terrible noche que había pasado por culpa de aquellos ratones, empezamos a notar algunos cambios en nuestro equipo. Habían desparecido los botones de plástico de las ciclo computadoras, los cascos estaban todos comidos y para completarla a Sol le habían agujereado todas sus alforjas y entonces el enojo se volvió odio y puteadas y yo no pude evitar la tentación de risa.
Aun quedaba ripio por recorrer y teníamos pensado llegar a Gobernador Costa ese mismo día, así que rápidamente estábamos en ruta intentando avanzar para salir de ese camino que tras cuatro días de maltrato ya nos estaba agotando la paciencia. Al final y como era de prever llegamos al asfalto sanos y salvos, con algunas roturas en el equipo, un poco cansados del ripio y con la tierra de cuatro días encima, pero al llegar allí donde el ripio se transformo en asfalto no pudimos dejar de mirar atrás y emocionarnos recordando lo que vivimos en esos 200 kilómetros. Porque en definitiva viajamos para que nos pasen cosas, esas cosas que uno jamas olvidara y que al recordarlas no puede disimular esa sonrisa cómplice que nos indica que hemos elegido el camino correcto…
Excelente el relato chicos!! como siempre!! unos genios!. Nos transportan a cada uno de esos lugares por los que pasaron y a imaginarnos cada una de esas "aventuras!".
Muchisimas gracias Leandro!!!! Un gran abrazo!!!